Platón (428 a.C.-347 a.C.) filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles.”
El hablar en público necesita, de la misma forma que una obra musical, del ritmo para contar la historia que necesitemos. Probablemente, si estamos comenzando en este arte de hablar en público, el miedo nos traslade la necesidad de finalizar pronto y aceleremos el ritmo para terminar cuanto antes. Y si ya tenemos experiencia, puede que lo que ocurra sea lo contrario, precisamente que nos encontremos a gusto y queramos mantener esta sensación ralentizando el ritmo.
En cualquier caso, cada mensaje tiene un ritmo determinado, que variará
en función del énfasis y rotundidad que queramos darle a ese mensaje. A ello nos ayudará las pausas y sobre todo
que nuestra voz se acompase con lo que contemos. El ritmo de la voz del orador ha de amoldarse
a lo que está contando.
Si estuviésemos escribiendo un libro, el ritmo también lo podríamos
controlar con la longitud de las frases, pero no debemos olvidarnos de la
brevedad, así que nuestras frases y párrafos necesariamente deberán ser cortos.
También podemos utilizar una serie de técnicas narrativas para
proporcionar un ritmo sinuoso y desigual.
Para ralentizar el ritmo:
- Cuando contemos algo, podemos ir en una dirección, y de repente retroceder un poco para completar lo relatado, y luego continuar.
- Podemos también dar saltos hacia el pasado, de forma que como un “flash-back” retrocedamos hacia un punto determinado.
- Haremos uso de pausas y silencios, como recurso para modificar el ritmo.
- También podemos relatar cuestiones paralelas que ocurren de forma simultánea.
- O bien podremos utilizar las repeticiones, para subrayar algo importante.
- Utilizar el estilo directo.
- Los resúmenes, que se producen cuando ya se ha descrito algo y hemos de volver a explicarlo.
- Las elipsis narrativas, que consistiría en hacer avanzar el tiempo de la historia, con un avance mínimo del tiempo de la narración.
También podemos variar “el
volumen”, imprimiendo diferentes matices al discurso mediante la modulación
de la voz. Y además acompañarse de “la expresividad” con la cual nos
adecuaremos al sentido de la narración. Mediante
la expresividad, nuestra voz podrá ser cálida o fría, anhelante, acariciadora,
tierna, distante, amenazadora, permisiva, despreciativa, etc.
Así pues, nuestra voz tiene tres herramientas muy importantes, el tono,
el volumen y la expresividad, cuyo dominio nos permitirá la adaptación perfecta
del discurso a su contenido.
Como último recurso del ritmo, hablaremos también de la empatía. Es necesario que cuando hablemos nos sintamos
inmersos dentro del discurso y ello nos dará la fuerza interna necesaria para
articular el resto de recursos.
Tendremos, pues, tres recursos importantes para regular
el ritmo de nuestro discurso, el estilo y las técnicas narrativas que
utilicemos en el relato, que podrá acelerar o dilatar el tiempo; tendremos
también la voz con su tono, volumen y expresividad; y deberemos empatizar con
lo que contemos.