“Un discurso puede ser aceptable, aun siendo floja su parte central, si tiene un buen principio y un buen final.”
Dr. Alfred Bierach
La retórica tiene su origen en la Grecia clásica, y se entendía como la técnica para poder expresarse de una manera adecuada y poder persuadir al oyente. Esta técnica se ocupaba de estudiar no solo el lenguaje desde el aspecto de comunicación, sino del poder del mismo para conseguir determinados objetivos.
Aunque, tanto los griegos como posteriormente los romanos, tenían varias partes diferentes a la hora de estructurar los discursos, pues empleaban entre 4 ó 6 partes, ha habido tres partes que
siempre, a lo largo de los años, han permanecido invariables, y son las que vamos a utilizar en nuestro objetivo de crear discursos efectivos: la Apertura (Exordio), el Cuerpo (Narratio) y el Cierre (Peroratio).
Víctor Murdock (1871-1945), periodista y congresista de los Estados Unidos, con respecto a los discursos dijo: “Haced un buen principio y un buen final y en medio poned lo que os agrade.”
Esta misma estructura la siguen los libros, las películas, las obras de teatro, los anuncios, etc. Quien nos quiera contar una historia, salvo que sea muy breve, primero debe captar la atención y el interés de sus oyentes; y una vez enganchados debe contar la historia de forma estructurada, y si tiene esta estructura diferentes partes, las mismas deberán ir enlazadas con un hilo conductor; y para terminar deberá realizar un cierre que resuma el mensaje que quiere trasladar.
Un escritor los denominaría “Introducción, nudo y desenlace”. Al final se trata de la misma estructura aplicada a diferentes artes, y cuyo objetivo siempre es el mismo, explicar de la forma más comprensible y amena para el lector (en este caso), provocando su interés al principio, con el objeto de que continúe leyendo buscando un desenlace.
Cada una de estas partes requiere de una atención específica, que iré desarrollando en posteriores días con más amplitud, pero ahora daré unas pinceladas de forma general para que se entienda esta estructura.
La Apertura, tiene como objetivo captar la atención de nuestros oyentes y crear una primera impresión favorable, y para eso disponemos de los primeros minutos. Quizá quien mejor nos puede definir como debemos realizar la apertura es el propio Cicerón en la siguiente cita: “El exordio debe ser muy cuidado, ingenioso, pleno de contenido, de expresiones ajustadas y, sobre todo, bien adaptado a la causa que defendemos, el exordio es el que da una idea del resto del discurso y el que le sirve de recomendación, es pues preciso que cautive en el acto a los oyentes”.
El Cuerpo, debe contener el objetivo de nuestra presentación. El objetivo podrá ser formar, informar, convencer, vender, etc. Deberemos presentarlo de una forma estructurada y ordenada de forma que sea comprensible para el oyente. No sería correcto el realizar la presentación dando saltos y volviendo atrás, pues podríamos hacer que los oyentes perdiesen el hilo, o en el mejor de los casos que fuese muy dificultosa la comprensión y el seguimiento del hilo conductor.
El Cierre, debe provocar una impresión positiva y duradera, y en él debemos resumir la finalidad de nuestra charla. Se trata de culminar nuestra presentación, dándole un final que recuerden y que provoque el aplauso.
Lutero dijo: “Entra con brío, abre la boca y termina pronto”. La característica específica que debe acompañar a todas nuestras charlas debe ser la “brevedad”. Brevedad, entendida no como el menor uso posible del tiempo, sino para ajustar adecuadamente el tiempo al contenido de lo que se va a exponer.
Estructure adecuadamente su mensaje. Defina y separe bien las tres partes. Comience de forma impactante, exponga ordenadamente y cierre de forma brillante, y sobre todo sea breve. Esto le garantizará el éxito y el aplauso.
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