martes, 17 de febrero de 2015

Por qué emocionó Antonio Banderas

No es lo habitual, de hecho es la primera vez que lo hago, traer a mi blog la publicación de otra persona. Pero creo que la ocasión y la persona lo requieren. Luis Arroyo es una persona muy importante dentro de la Comunicación Política, y al cual suelo leer.

Recientemente publicó en InfoLibre este artículo, y posteriormente lo publico en su blog.  Espero que lo disfrutéis.

"Desde hace unos 2.500 años sabemos que un discurso –personal, social, político– no seduce al público por el detalle de las soluciones técnicas que proporciona, sino por los fundamentos morales que suscita; por sus moralejas. No por los hechos que describe, sino por las metáforas evocadas por esos mismos hechos. No por los personajes que aparecen, sino por los arquetipos por ellos representados.
En el momento central de la Gala de los Goya del pasado sábado,Antonio Banderas, para agradecer su premio honorífico, sacó del bolsillo de la chaqueta un papel, se puso las gafas de ver de cerca, y leyó con la pericia del actor que es (los buenos discursos son casi siempre leídos), un texto repleto de metáforas y personajes, de arquetipos y moralejas. Como suelen hacer los grandes, el actor no necesitó apelar a sus éxitos, sino lo contrario: la grandeza casa bien con la humildad.
Se definió a sí mismo como un simple “chavea de Málaga”, que recordaba la imagen cada vez más empequeñecida de su padre y de su madre despidiéndole en un andén de Málaga al emprender su viaje a Madrid. “No era la mente sino el corazón lo que me guiaba en aquel tren”, contaba, para luego alabar la resolución, la constancia y el trabajo duro: “Nunca volvería a Málaga con las manos vacías”, afirmó.
Y por si aún no le creíamos, nos pidió un definitivo acto de fe, con un tono que en un mismo párrafo combinaba sus vivencias como celebridad mundial, con el respeto encantadoramente paleto por la raíz más local. “Tienen ustedes que creerme cuando les digo que cada vez que terminaba un plano, una secuencia, una película, mi mente estaba puesta en España. No en Arizona, no en Cleveland, no en Ohio… En España, en Málaga, en mi barrio”.
Hay que ser un actor como Banderas, y de su edad, para que la argucia tenga efecto, por supuesto: para que tus vivencias personales emocionen a millones. Pero el orador supo bien cómo hacerlo. “Si miro hacia atrás, me veo viejo. Pero si echo la vista hacia adelante, me siento joven”. Una antítesis sencilla que arrancó el primer aplauso del discurso. Hace falta ser una estrella de Hollywood como él para que suene convincente el agradecimiento por “la suerte, el honor y el privilegio” (hubo varias triadas como ésta en el texto) de haber compartido pantalla “en el plató que llamamos vida”.
Pero acaso esa referencia a los actores y directores mundiales que le acompañaron hacía más vívida y creíble la referencia inmediata a las “personas que nunca serán nominadas”, como “los carpinteros, los conductores, los pintores y los electricistas” con los que el actor compartió “esas vidas en miniatura que llamamos rodajes” (segundo aplauso).
Para subir la cuesta de la montaña rusa que un buen discurso debe ser, Banderas se refirió a Goya y a Picasso, y a quienes como Tárrega, Falla o Albéniz supieron “encajar España en una partitura”. También a Lorca, Machado, Unamuno o Cervantes, que “tatuaron nuestras miserias y nuestras grandezas sobre papel”. Habiendo subido tan alto, la bajada a la referencia más prosaica –su propia hija– resultó aún más emocionante. Fue cuando, para terminar, dedicó el premio a “su mejor producción”, “a quien ha sufrido más mi pasión por el cine, mis ausencias prolongadas, mis compromisos profesionales”. La despedida marcó a fuego la importancia de lo que nos había contado: “Empieza la segunda parte del partido de mi vida”.
Y el auditorio se puso en pie para regalar el mayor aplauso de la noche. Banderas había logrado eso tan difícil en un discurso: envolver al público con las palabras y guiarlo con ellas."

jueves, 5 de febrero de 2015

Cuando hables, emociona

“Los seres humanos se movilizan cuando alguien moviliza sus emociones.”
Robin S. Sharma (escritor y experto en Liderazgo y Desarrollo Personal; 1965-actual)
¿Que son las emociones? y ¿qué significan para el ser humano? Para mí son como el alimento de mi alma.  Aquello que me hace sentirme vivo, me ayuda a comprenderme a mí mismo  y a los demás (o no), me hace llorar y reír (a veces al mismo tiempo), me hace disfrutar o sufrir, pero sobre todo me hace estremecer por dentro y me mueve a hacer algo. 
A veces este movimiento es interior, me lleva a mejorar como persona o a conseguir algún reto.  Pero otras veces es exterior y condiciona mi comportamiento, mi respuesta hacia una situación o hacia una persona determinada.
¿Entonces, las emociones hacen que tome posición ante algo? Claro que sí.  Imagínate que un amigo tuyo te cuenta que otra persona le ha hecho alguna trastada, inmediatamente te pones a su lado y en contra de esa otra persona.  Te enfadas con ella, como si tu hubieses sido el objetivo.
Imagínate esta vez, que te dicen que un amigo íntimo tuyo acaba de fallecer repentinamente. El dolor inmediatamente te embargará, tus ojos se humedecerán y romperás a llorar desconsoladamente.
Estos dos ejemplos se han producido solo por la palabra, ya que no has sido testigo directo de ellos. Sin embargo, solo el relato de unos hechos ha producido en ti tales reacciones.
En nuestra comunicación, debemos incluir siempre una nota humana de emoción, que haga sentir algo a nuestro público. Que ría, que llore, que se enfade, que le haga pensar, cualquier historia o relato de hechos nos servirá.  A veces tendrás que contar un cuento, y a veces bastará con la cruda realidad.  Pero debes estremecer el alma de tu oyente.
Os voy a poner un ejemplo: los anuncios de la Lotería de Navidad del año pasado (2014) y del anterior (2013).


En el primero, el de 2013, se toman los tópicos habituales de la Navidad: el árbol, la nieve, etc., y se buscaron cantantes de primer nivel, con una canción creada para esta ocasión.
Se podría decir que era perfecta.  Sin embargo, lejos de emocionarnos, a todos nos quedó en la memoria el “na, na, na, na, na, na, na, na” final que interpreta Rafael, y del que en muchas televisiones se hizo mofa.

No era un anuncio malo, y viéndolo con perspectiva, yo diría que incluso era muy bueno. Pero le faltaba el toque humano, y sobre todo emoción.


Sin embargo, en esta Navidad pasada, se contó una historia que nos quería emocionar y que fue interpretada por actores anónimos.  Era la de una persona que, aunque habitualmente jugaba con sus amigos del bar un décimo de lotería de Navidad, en esta ocasión no lo había reservado, quizá dando a entender que no podía por pasar una situación económica difícil o que simplemente se ha olvidado de reservarlo.
Su esposa le obliga a bajar al bar a felicitar a sus amigos, pues precisamente en esta ocasión les había tocado el primer premio. En realidad, el no quería, no porque no se alegrase por ellos, sino porque no lo había comprado.  Y forzado baja al bar a tomarse un café.
Al llegar ve cómo los demás están celebrándolo con champán.  Al ir a pagar el café el camarero le pide 21 euros.  Se extraña, pues sabe perfectamente que el café vale 1 euro, y le pregunta ¿21 euros?  El camarero le dice que 1 euro es por el café, y 20 euros de esto, y le entrega un sobre con su nombre, en el que entendemos está su décimo.  El camarero y amigo se lo había guardado como siempre.
En este caso, los tópicos quedan a un lado, dando más importancia a los valores humanos, como la amistad, el cariño, el honor, la lealtad.
He de reconocer que me emociono cada vez que lo veo y se me escapan algunas lágrimas. 
No os olvidéis que cuando hablemos, debemos introducir la emoción en nuestro discurso. Esa emoción debe ir en el contenido, pero también la debemos hacer visible con nuestra interpretación del mismo.  Deben visualizarla nuestros oyentes.
Hemos de agitar a nuestro público, como haríamos con un sonajero ante un niño de cuna. Movamos la emoción hasta que suene, y arranquemos una sonrisa o una lagrima.