“Los seres humanos se
movilizan cuando alguien moviliza sus emociones.”
Robin S. Sharma (escritor y
experto en Liderazgo y Desarrollo Personal; 1965-actual)
¿Que son las emociones?
y ¿qué significan para el ser humano? Para mí son como el alimento de mi
alma. Aquello que me hace sentirme vivo,
me ayuda a comprenderme a mí mismo y a
los demás (o no), me hace llorar y reír (a veces al mismo tiempo), me hace
disfrutar o sufrir, pero sobre todo me hace estremecer por dentro y me mueve a
hacer algo.
A veces este movimiento
es interior, me lleva a mejorar como persona o a conseguir algún reto. Pero otras veces es exterior y condiciona mi
comportamiento, mi respuesta hacia una situación o hacia una persona
determinada.
¿Entonces, las emociones
hacen que tome posición ante algo? Claro que sí. Imagínate que un amigo tuyo te cuenta que
otra persona le ha hecho alguna trastada, inmediatamente te pones a su lado y
en contra de esa otra persona. Te
enfadas con ella, como si tu hubieses sido el objetivo.
Imagínate esta vez, que te
dicen que un amigo íntimo tuyo acaba de fallecer repentinamente. El dolor
inmediatamente te embargará, tus ojos se humedecerán y romperás a llorar
desconsoladamente.
Estos dos ejemplos se han
producido solo por la palabra, ya que no has sido testigo directo de ellos. Sin
embargo, solo el relato de unos hechos ha producido en ti tales reacciones.
En nuestra comunicación,
debemos incluir siempre una nota humana de emoción, que haga sentir algo a
nuestro público. Que ría, que llore, que se enfade, que le haga pensar,
cualquier historia o relato de hechos nos servirá. A veces tendrás que contar un cuento, y a
veces bastará con la cruda realidad.
Pero debes estremecer el alma de tu oyente.
Os voy a poner un ejemplo: los anuncios de la Lotería de Navidad del año pasado (2014) y del anterior (2013).
En el primero, el de
2013, se toman los tópicos habituales de la Navidad: el árbol, la nieve, etc.,
y se buscaron cantantes de primer nivel, con una canción creada para esta
ocasión.
Se podría decir que era
perfecta. Sin embargo, lejos de
emocionarnos, a todos nos quedó en la memoria el “na, na, na, na, na, na, na,
na” final que interpreta Rafael, y del que en muchas televisiones se hizo mofa.
No era un anuncio malo,
y viéndolo con perspectiva, yo diría que incluso era muy bueno. Pero le faltaba
el toque humano, y sobre todo emoción.
Sin embargo, en esta
Navidad pasada, se contó una historia que nos quería emocionar y que fue
interpretada por actores anónimos. Era
la de una persona que, aunque habitualmente jugaba con sus amigos del bar un
décimo de lotería de Navidad, en esta ocasión no lo había reservado, quizá dando
a entender que no podía por pasar una situación económica difícil o que
simplemente se ha olvidado de reservarlo.
Su esposa le obliga a
bajar al bar a felicitar a sus amigos, pues precisamente en esta ocasión les
había tocado el primer premio. En realidad, el no quería, no porque no se
alegrase por ellos, sino porque no lo había comprado. Y forzado baja al bar a tomarse un café.
Al llegar ve cómo los
demás están celebrándolo con champán. Al
ir a pagar el café el camarero le pide 21 euros. Se extraña, pues sabe perfectamente que el
café vale 1 euro, y le pregunta ¿21 euros?
El camarero le dice que 1 euro es por el café, y 20 euros de esto, y le
entrega un sobre con su nombre, en el que entendemos está su décimo. El camarero y amigo se lo había guardado como
siempre.
En este caso, los
tópicos quedan a un lado, dando más importancia a los valores humanos, como la
amistad, el cariño, el honor, la lealtad.
He de reconocer que me
emociono cada vez que lo veo y se me escapan algunas lágrimas.
No os olvidéis que
cuando hablemos, debemos introducir la emoción en nuestro discurso. Esa emoción
debe ir en el contenido, pero también la debemos hacer visible con nuestra
interpretación del mismo. Deben
visualizarla nuestros oyentes.
Hemos de agitar a nuestro público, como haríamos con
un sonajero ante un niño de cuna. Movamos la emoción hasta que suene, y arranquemos
una sonrisa o una lagrima.
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